Lunes
Como cada mañana, espera a que
suene la cadena del C para quitar la suya.
―Buenos días, Rosi ―la saluda
sonriente.
Ella le devuelve un saludo desganado,
mientras guarda las llaves.
―Buenos días, Marcos.
Le había salido anoche la palabra
“explorador”. Dio vueltas y vueltas al asunto pero lo vio poco claro.
¿Significaba que había llegado el momento de atreverse, por fin, y lanzarse a
la aventura?
Mientras ella cierra la cremallera
del bolso, él se adelanta y llama al ascensor. En la espera, a Marcos la eternidad le
muestra de nuevo sus garras. Cuenta pisos, números, monstruos, milenios.
«Explorador», piensa. Y se imagina en la selva, aterrado por ruidos ignotos que
tal vez procedan de algún animal hambriento.
―¿Asististe a la reunión de
vecinos? ―oye justo cuando se abren las puertas.
―No, tenía turno de tarde
―contesta al tiempo que se imagina enfrentado cara a cara con la anaconda.
―¿Sabes cuánto será la derrama? ―le
pregunta ella, ya en el noveno.
―Quinientos ―le responde en el
octavo.
―Los morosos de nuestro rellano ya
han pagado todo lo que debían ―afirma ella en el séptimo.
―No tenía ni idea ―le contesta en
el sexto.
Del quinto al bajo permanecen callados
porque se les ha agotado el tema de conversación.
«Menudo “explorador” de los
cojones», se insulta a sí mismo.
Sale del portal fingiendo la
prisa del que llega tarde al trabajo, da la vuelta a la manzana y vuelve a
entrar. En la subida, repasa, una a una, las palabras que pronunció ella a la
bajada, buscando una pista, quizá un temblor, algo que le hubiese dado pie para
iniciar esa aventura de descubrir nuevos territorios.
Martes
Antes de retirar la cadena, se da
ánimos. Le había salido «examen». ¿Habría llegado el día? ¿Qué era un «examen»
sino una prueba en la que demostrar lo que uno sabía de una materia? Después de
meditarlo hasta las tres de la madrugada, llegó a la conclusión de que
pasaría la prueba invitándola a tomar un cafetito.
La espera ante el ascensor vuelve
a mostrarle sus garras.
―¿Has visto la esquela del hijo
del presidente de la comunidad? ―oye que pregunta compungida.
―Sí. Veintidós años que tenía el
chavalillo ―le responde.
―¿Vas a ir al funeral? ―pregunta
ella en el noveno.
―No podré, solo me acercaré al
tanatorio al mediodía ―le contesta en el octavo.
Del séptimo al bajo guardan
silencio.
Mientras respira el aire de la
mañana, vuelve a darse ánimos. Lo de hoy no podía considerarse cobardía. Estaba
muy afectada por la muerte del muchacho. Hasta hubiera quedado mal invitarla en
esas circunstancias.
Miércoles
La víspera, al abrir el
diccionario y poner el dedo índice, había señalado «tapia». Menuda palabreja. Le dio mala espina. Por un lado, la relacionó con la sordera y, por
el otro, sintió la dificultad de saltar una pared con cristales. De ambas
asociaciones dedujo que no procedía intentarlo.
Décimo
―Marcos, ¿a ti te gustan los
animales?
Noveno
―No mucho, la verdad. ¿Por qué me
lo preguntas?
Octavo
―Porque una compañera de trabajo
regala cachorros, tiene tres.
Séptimo
―Yo sería un desastre. Me cuido
fatal a mí mismo, como para cuidar a un perro…
Sexto
―Pues te digo una cosa: a los
solteros y a los viudos un perro nos puede hacer mucha compañía.
Quinto
―Seguro que tienes razón, Rosi, pero
lo de obligarme a sacarlo a pasear me convence poco.
Cuarto
―Anda, hombre, ¿te animas y
cogemos uno tú y otro yo?
Tercero
―Un perro en un piso está mal, y encima
se pasaría muchas horas solo.
Segundo
―Podríamos ayudarnos mutuamente.
Cuando tú trabajaras, yo me haría cargo de los dos; cuando trabajara yo, los
cuidarías tú.
Primero
―Mujer, los animales atan mucho.
Bajo
―Piénsalo, yo creo que sería una
buena idea.
Mientras da la vuelta a la
manzana, se acuerda de la palabra de anoche y piensa: «Claro, está sorda como
una “tapia” esta solterona». Luego, ya en la subida, se burla de su absurdo entusiasmo
por los perros.
Jueves
Llega al mismo tiempo el vecino del
A, al que no ven desde hace semanas.
Décimo
―Buenos días, Felipe. Una cosa:
¿a ti te gustan los animales?
Noveno
―Sí, me apasionan los
documentales del mediodía.
Octavo
―Digo los domésticos, hombre.
Séptimo
―Rosi, si estuviera en esta casa,
tendría perro; pero desde el divorcio vivo con mi madre y ella dice que en la
suya ni hablar…
Sexto
―Felipe, ¿quieres un cachorro?
Quinto
―Ojalá pudiera.
Le había salido «traición». Nada
que hacer, pues.
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